18/09/2016 Madrid. Las Ventas, menos de un cuarto
Toros de LAGUNAJANDA. Desiguales de presentación, flojos y descastados.
IVAN VICENTE. Estocada corta. Saludos. Dos pinchazos y estocada. Un aviso. Palmas
EDUARDO GALLO. Pinchazo y estocada trasera. Un aviso. Saludos. Estocada caída. Un aviso. Saludos con protestas.
ESAU FERNANDEZ. Estocada caída. Saludos. Estocada. Un aviso. Silencio.
Mas o menos lo esperado del encierro de Lagunajanda. Toros toreables, de los que no molestan demasiado, de los que no emocionan a nadie, de los preferidos por la rutilantes figuras especialistas en desorejarlos y los aficionados olvidan a la primera cerveza posfestejo.
El madrileño enlotó dos toros que para él hubiera querido Julian, y en Madrid, el primero por bueno, y digo bueno no por bravo si no por la bondad, un animalito que pidió perdón a Vicente en dos coladas y que se dejaba abanicar la cara con el trapeo muletero de su matador y un cuarto que se fue con alegría al caballo de Héctor que se dejó pegar "el picotazo" y siguió empujando, para rajarse después en la muleta, seguramente de aburrimiento.
Gallo, que fue un novillero de apuesta, se ha quedado como dice la música de maestro Paco de Lucia, entre dos aguas. Enlotó dos toros de los que buscan las figuras, sositos y de embestida clara y se lió en un baile de acá para allá, exagerando las distancias, fuera de las suertes, tirando de un mal oficio.
El alarde de valentía de Esaú quedó en eso, dos portagayolas y se acabó. Practicó un toreo ramplón, fuera de la suerte, codillero, y desabrido, para pasaportar dos toros que le hubieran ayudado si se lo hubiera pedido, ojo que los oponentes no eran de Puerta Grande, pero sí de trofeo regalado, como sus hermanos asustaban poco y emocionaban menos.
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