Toros de Pedraza de Yeltes. Desiguales de presentación, mansos, sin transmisión, nada más que kilos.
Manuel Escribano. Estocada. Silencio. Pinchazo, estocada atravesada y dos descabellos. Silencio.
Juan del Álamo. Estocada caída. Un aviso. Una oreja. Estocada caída y tendida. Silencio.
Juan Leal. Dos pinchazos y estocada caída. Un aviso. Silencio. Pinchazo y estocada tendida. Saludos.
Vacío el encierro de D. José Ignacio Sánchez, ni casta, ni transmisión, ni movilidad, tan solo kilos que no sirvieron para nada.
Y la tarde se hundió en el toreo moderno, en la odiosa torería del carrusel. Escribano, en su línea, volvió a esa portagayola de su invento, lejos de la raya, que en la mayoría de los casos, le deja de D. Tancredo y el toro se va por otro lado, anduvo desafortunado en banderillas y muy desangelado con sus dos enemigos.
He aquí que la suerte la tuvo el salmantino con un toro que embistió con cierta clase y Juan lo sacrificó con una faena perfilera y fuera de la suerte. Pero el nuevo público que ha colonizado Las Ventas, enardecido por el destoreo de Juan, le otorga la oreja del colorao y ala, todos contentos.
El confirmante Juan Leal, resolvió la papeleta a base de destoreo y arrimón. Se quiso esforzar en el que cerró plaza con un arrimón a una estatua, el se arrimaba y se arrimaba y el toro no se movía.
Solo me queda añadir que hacía mucho tiempo que no me aburría tanto en una corrida de toros en la que no hubo nada, ni toreros, ni toros, ni picadores, ni banderilleros. Tan solo una desastrosa tarde de malas lidias
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