No quiero pecar de reiterativo, pero cuando no hay toro no hay espectáculo. Fueron catorce animales de Nuñez del Cuvillo, los que pasaron por el ojo de los veterinarios para aprobar cuatro y remendar el encierro con dos de Mayalde. Este es el primer valor que se está perdiendo en Madrid. Las ganaderías comerciales, del gusto de las figuras, provocan grave daño a la fiesta, pero se siguen instalando en todas la ferias que encartelan figuras, rebajando la emoción y la calidad del festejo.
En San Isidro, los fines de semana cambia el público habitual y aparece en la capital, el de la bullanga de yantar opíparo, sobremesa de tónica y ginebra de marca y macroburdel, actividades todas muy loables y ociosas para el que las practique. Una vez tomados los tendidos del coso capitalino, el estado de euforia nubla los sentidos del criterio taurino y les hace enarbolar los pañuelos sin el más mínimo pudor.
La mansada carruselera que se lidio ayer, dio para el naufragio de Castella, un atisbo de toreo bueno al natural de Talavante y un arrimón de valor, pero insulso de torería, carente de toda vistosidad torera, digno de cualquier feria de provincias, pero nunca de una puerta Grande de Madrid.
Si los señores presidentes, autoridades y profesionales de esto, consienten y aprueban las sucesivas tropelías que están ocurriendo, regalan trofeos a diestro y siniestro, dejaremos la seriedad que hace gala la Plaza de Toros de Las Ventas del Espíritu Santo.
Si hemos de salvar algo del sarao que presenciamos, ha sido el final de faena de Talavante a Tramposo, que le había pedido distancia y el coleta tardó en entenderlo, eso sí cuando ocurrió el entendimiento cuajó naturales de alta calidad..
Lo de Roca Rey más vale olvidarlo rápidamente y no darle transcendencia alguna, no sea que se tome por costumbre.
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