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sábado, 17 de febrero de 2018

¿QUIZAS EL TIEMPO PASADO FUE MEJOR?



El prodigio de los años veinte lleva consigo el renacer del cambio de la forma de torear y surgen grandes figuras míticas artífices de la novedad. Es en la torerista Híspalis en el popular paraje de la Alameda de Hércules, donde se reúnen al atardecer grupos de aficionados para hablar y hablar de toros. Se comenta el valor de Manolo Litri, la técnica de Marcial, la arrogante valentía de Maera, que dejó los reiletes en la cuadrilla de Belmonte, para ser figura, la destreza en el manejo de los aceros de Villalta, Fuentes Bejarano y Fortuna, la torería del rondeño Cayetano Ordoñez al que le dicen El Niño de la Palma y las escasas actuaciones del Papa Negro, al que ya llaman todos Don Antonio.

Se comenta que dos niños hijos de Don Antonio, Manolo y Pepito, juegan al toro en la jaranera plaza de la Alameda y que son muchos los que van a ver torear en plena calle a los hijos de Bienvenida, que con gran sapiencia torera, hacen embestir a un perro lobo tan bien amaestrado, que cuando le gritan ¡Miura!, embiste con furia desatada y cuando le dicen ¡Murube!, templa la embestida y acompaña los engaños de manera magistral.

En esos tiempos, la ganadería de Lora del Rio, ha adquirido su terrible fama, las muertes de Pepete, tío del gran Manolete, el banderillero Mariano Canet,  El Espartero,  Domingo del Campo, Dominguin, el novillero Faustino Posadas, figuran ya en la macabra lista de desaparecidos en las astas de sus toros. Con posterioridad, engrosarían esta lista, el novillero Pedro Carreño y el propio Manolete.

Pero se estaba gestando un nuevo cambio en la torería,  en la siguiente década aparecerían toreros de dinastía como los Bienvenida, Manolete, Dominguin, que volverían a dar un nuevo auge a los festejos, aportando valor, quietud y un increíble dominio de los astados.


Terminada la guerra civil, la fiesta va recobrando su hegemonía, vuelven las grandes ferias y reaparecen las incipientes figuras de los años treinta que consolidan sus triunfos anteriores y aparecen nuevos valores, entre ellos, el tercer hijo del Papa Negro, Antonio. Se empeña en recibir el doctorado de manos de su hermano Pepote y con Miuras y en Madrid. La anécdota se da al negarse a matar una corrida del terrorífico hierro, remendada con sobreros de otro encaste por el deterioro sufrido por  algunos animales titulares en una pelea en el desencajonamiento y les lleva a la cárcel a él y a su hermano durante tres días, pero al final el día 9 de Abril de 1942, se da el festejo con seis Miuras y recibe Antonio su doctorado.


El auge de Manolete, acapara la notoriedad de la fiesta, el matador impone su mística y un toreo de quietud, pero tiene que soportar a detractores que critican sus exigencias y que le acusan de manipulación de las reses. Paradójicamente, es herido de muerte por un toro de Miura de nombre Islero, en Linares el 28 de Agosto de 1947.

Llegan los cincuenta y sesenta con nuevas figuras, el madrileño Antoñete, los cameros Romero y Camino, el salmantino Santiago Martín El Viti, el sevillano Diego Puerta, arrolladores para desbancar a los consolidados y la fiesta toma un auge inusitado. La cabaña brava se resiente,  faltan toros y se produce un desastre ganadero, aparecen toros pequeños y flojos, corridas que ruedan por los suelos con apenas un puyazo. Aparece en la cabaña el poderío de los encastes sureños, la sangre Vistahermosa en poder en su mayoría de bodegueros jerezanos irrumpe con fuerza, las amplias vacadas invaden las grandes ferias proporcionando triunfos a las figuras dejando a un lado a encastes legendarios.

Como toda evolución tiene su contrapartida, entran en escena nuevos toreros que se dedican a matar casi en exclusiva a los encastes defenestrados y se especializan en arrancar triunfos a toros de difícil lidia. Ruiz Miguel, Andrés Vázquez, Manili, Dámaso González, acaparan las corridas llamadas duras en las grandes ferias, dando buena cuenta de Miuras, Saltillos, Palhas, Pablos Romero etc.
Durante la década de los sesenta, en un momento de bajón de la fiesta, debido sobre todo al ganado, aparece un fenómeno único en la historia de la tauromaquia, que hace olvidar las vicisitudes, un torero sin antecedentes familiares,  albañil de profesión, irrumpe como un ciclón en el mundo taurino. Denominado El Renco en sus desconocidos inicios como novillero, es apadrinado por el Pipo que le apoda El Cordobés y le lanza a la fama, Manuel Benítez Pérez, nacido en Palma del Rio, transforma el toreo clásico en un cúmulo de tremendismo, de desprecio al riesgo practicando un toreo propio que cala en los tendidos de todas las plazas de España y América, convirtiéndose en un fenómeno mediático que mueve multitudes.



En el último cuarto del siglo veinte, irrumpen los toreros de escuela. Madrid dirigida por Enrique Martín Arranz, lanza la primera promoción de su escuela, ubicada en la Venta del Batán y les llaman Príncipes del Toreo, Yiyo, Lucio Sandín y Julián Maestro, triunfan como novilleros y se consagran como matadores, les seguirían Joselito Fundi y José Luis Bote y otra larga lista.

Al final del siglo veinte se reabre la escuela de Sevilla, la que encabezó allá por 1830 Pedro Romero, por orden del Rey Fernando VII, siendo la primera institución creada para la formación de toreros.

Es claro que la evolución hasta el toreo actual se produjo a partir de el primer cuarto de siglo, si bien en la actualidad ha quedado patente que se está viviendo otro deterioro igual o peor que el de la década de los sesenta. Las exigencias de apoderados y figuras, la anuencia de las empresas, el dominio del monoencaste y la influencia de los medios audiovisuales, forman un monopolio que infringe daños a la fiesta que será difícil recuperar y el aficionado que es el que paga, no cuenta.
La repuesta a la pregunta, PARA MI SÍ

 

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